Origen del Queso Carpuela

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Toda familia tiene su historia, la nuestra comenzó muchas generaciones atrás y no es cualquier historieta sino el nacimiento de un oficio de pastores y hacer del buen queso manchego que se transmitirá, mejorará y mantendrá en el tiempo generación tras generación, cómo bien nos gusta llamarlo; ocio.

Es aquel que se enseña de padres y maestros a hijos y alumnos. Aquel que se aprende con la práctica. Durante mañanas y tardes, días y noches. Aquel que vives desde que eres niño. Que pasa de generación en generación. Y que se acaba convirtiendo en parte de lo que eres. Inseparable.

Origen del Queso Carpuela

Hubo en el siglo XIX un hombre en un lugar de La Mancha que, con los años, se hizo famoso en su aldea por dos motivos: contaba unas historias fantásticas que a todos enganchaba y hacía unos quesos con tal sabor que a todos atrapaba. Su nombre: Bernardo. Era muy sociable, conocía a niños y ancianos y a todos les dedicaba unas palabras de algún suceso real o inventado. Así iba alimentando ilusiones, y estómagos y paladares.

Un día alguien de la aldea lo comparó con Bernardo del Carpio, un personaje legendario de la Edad Media española al que se le atribuyen numerosas hazañas y que sirvió de inspiración en siglos posteriores para piezas teatrales, novelas caballerescas y poemas épicos. Fue así que de boca en boca y de día en día los vecinos comenzaron a llamarlo Bernardo Carpio. Y de uso en uso, de oído a oído, sus amigos, compañeros, y clientes terminaron llamándole Bernardo Carpuela. Y por extensión, aquellos quesos que Bernardo elaboraba con tanto arte y empeño, como las historias que fabricaba, acabaron por recibir el mismo nombre: quesos de Carpuela.

Aun hoy los más viejos del lugar recuerdan comer un trozo de queso cuando eran apenas niños, a la sombra de la casa de barro, saboreando el placer del buen yantar, tranquilizados por todas y cada una de las palabras que Carpuela, el abuelo Carpuela, iba sembrando en sus oídos. Y aún hoy, cuando los niños prueban el queso Carpuela todavía hay quien les recuerda aquella tradición que aún permanece y que se ha ido transmitiendo de oído a oído, de generación en generación: la sabiduría del buen hacer.